Kenya Cuevas, activista social defensora de las mujeres trans

Todo esto que hago es por que se sufre mucho cuando decides ser una mujer trans, ya que lo pierdes todo.


Me llamo Kenya Cuevas, tengo 48 años y vivo con VIH desde los 13. En 2018 fundé la Casa de las Muñecas Tiresias A.C., un proyecto que busca ayudar a las mujeres trans y darles apoyo integral donde se les ofrece educación, autonomía económica, apoyo psicológico, vinculación al área laboral y de salud; todo un proceso formativo para poderlas reinsertar en la sociedad.

La mayor parte de mi vida fui analfabeta, no sabía leer ni escribir. Pasé desde los 11 años hasta los 28 viviendo en la calle y pidiendo limosnas para poder comprar drogas, que era lo único que me importaba.

Salí de mi casa a los nueve años por la discriminación y la violencia que viví ahí. Desde esa edad me dediqué al trabajo sexual. El mismo día que abandoné mi hogar conocí a una chica trans que era sexoservidora y de inmediato me identifiqué con esta mujer. Sabía que quería ser como ella.

Trabajo sexual y drogas

La noche de ese primer día en que dejé mi casa, vi a lo lejos una silueta de una mujer en un parque de la Ciudad de México que caminaba hacia una calle oscura, yo no sabía en ese momento qué era una mujer trans ni el trabajo sexual, pero me identifiqué con ella.

Me paré y le dije quiero ser como tu. Ella me respondió que entonces parara los carros, me subiera y que me iban a llevar a un hotel, luego que les cobrara y en ese momento me puse a trabajar.

El primer cliente me llevó a un hotel que se llamaba Mazatlán atrás de Salto del Agua. Yo le decía que me quería ir con él porque acaba de salir de mi casa. El pobre hombre no sabía qué hacer y me dejó dinero para pagar una semana de hotel y tener algo para comer.

Al otro día cuando desperté me di cuenta que estaba en un hotel que le daba residencia a las mujeres trans que ejercían el trabajo sexual en Tlalpan e Insurgentes. A la segunda noche yo ya estaba parada en Insurgentes y Álvaro Obregón vestida de mujer, porque ya me habían comprado ropa y peluca con lo que me había dejado el primer cliente.

Pocos tiempo después conocí las drogas y esos primeros meses fueron como una montaña rusa de sube y baja porque era una niña de nueve años. Esto ayudó para que varios clientes me contrataran porque sabían que consumía alcohol y drogas, algo que fue terrible a esa edad.

A los 10 años ya estaba perdida en las drogas, ya no pagaba el hotel y me quedaba en la calle en Garibaldi, Tepito, en la colonia Guerrero o en los quemaderos (lugares para drogarse). Ahí me quedaba días enteros.

O me iba de fiesta tres o cuatros días y me dormía en las bancas de las plazas, mendigando comida y dinero para las drogas.

Esto para una niña con tantas carencias afectivas y sin conocer lo que representaba la drogadicción y el trabajo sexual, fue terrible.

Fui presa fácil de los excesos y esto provocó que estuviera 20 años viviendo en las calles drogándome y limpiando parabrisas; sin preocuparme por mi transición y pidiendo limosna para juntar para las drogas exclusivamente.

En esa época duraba días sin bañarme, sin arreglarme. Hasta que encontraba algún cliente y solo así medio me arreglaba. Pero en esa época me quería morir, sentía que a nadie le importaba, nadie me buscó ni se preocupó por mi.

Cuando me detectaron VIH a los 13 años, mi familia no me buscó. En ese momento me daba igual morirme y además sentía que a nadie le iba a importar. Sufría mucho estando en la calle, claro que llegaban esos momentos en donde decía: ¡Dios chinga tu madre, dónde estás, culero…!

Una década en la cárcel

Pase desde los 11 años hasta los 28 drogándome y viviendo en la calle. Yo me quería morir pero no tenía el valor para matarme, pasó muchas veces la idea de suicidarme pero no pude hacerlo.

A los 28 años fui a comprar droga y justo cuando estaba ahí, llegó un operativo de la policía y gritaron todos al suelo. Ya estando tirados la mujer que vendía la droga aventó la bolsa con las dosis al lado mio.

Me detuvieron, me llevaron presa y al tercer día de estar en la cárcel me dieron el auto de formal prisión. A los 8 meses me entregaron la sentencia de 24 años de prisión sin pasar por un juicio y sin tener un abogado defensor.

Finalmente gracias a la ayuda de una abogada que trabajaba en el mismo penal de Santa Marta Acatitla, pude tramitar un recurso que redujo mi sentencia y además obtuve la absolución del delito. A pesar de esto pasé 10 años, 8 meses y 7 días en la cárcel.

Esto comenzó en el año 2000 y salí en el 2010. Desde que llegué a la penitenciaria los presos y los custodias abusaron sexualmente de mi, me cortaron el cabello, me llamaban Jorge (nombre de pila).

Me fui defendiendo de esto, le pegué a un custodio para que dejara de venderme como objeto sexual y así fui haciendo puntos y ganando terreno hasta tener el respeto de todos. Cuando llegaba una mujer trans yo la defendía.

Labor social en la prisión

Dentro de la prisión comencé a preocuparme por los demás presos, sobre todo los que estaban en situación vulnerable.

Comencé a cuidar a los enfermos de VIH pero no teníamos una atención adecuada, no había medicamentos antivirales y prácticamente nos dejaban morir.

También había farmacéuticas que llevaban medicamentos según para el VIH, pero los compañeros que los tomaban se morían. Después investigué y estaban experimentando con nosotros los medicamentos que iban a salir al mercado.

Clínica Condesa (especializada en VIH) comenzó a atender a los presos en 2009 y fui una de las primeras promotoras para hacerse estudios y tomar el medicamento adecuado.

Otra de las labores que realizaba en prisión era mejorar los espacios que habitábamos. Buscaba material para mejorar los dormitorios, hacer arreglos para la virgen, organizaba posadas. En Navidad y Año Nuevo hacía la cena con mi propios recursos para todos los presos de la zona. Eso me ayudó a dejar de consumir droga y darle sentido a la vida. 

Nueva vida en las calles

Sin embargo, el mismo día que salí de la cárcel me tuve que prostituir con un taxista para que me llevara al centro de la CDMX. Ahí me encontré con una amiga que me llevó a su cuarto para arreglarme y poder trabajar otra vez como sexoservidora.

Con el paso de los días renté una habitación y ahí comencé con una labor social. Les llevaba condones a mis compañeras de trabajo y asesorarlas en temas de prevención.

Llevé a muchas chicas a Clínica Condesa para hacerse pruebas de VIH. Les daba la información necesaria para cuidar su salud y así empecé hacer los acompañamientos, pero seguía ejerciendo el trabajo sexual.

Todo cambió en 2016 cuando mataron a Paola Buenrostro. Su asesinato cambió mi vida y comencé a luchar para que se hiciera justicia, lo que derivo en el inicio de una labor social de manera organizada.

También dejé el trabajo sexual y la promoción para la prevención del VIH porque recibí amenazas de muerte. Tuve un atentado con armas de fuego en Garibaldi en 2017, tres sujetos me dispararon para matarme y no lo lograron.

Casa de las Muñecas

La idea de ayudar lo traigo desde la cárcel, gracias a mis experiencias y las actitudes que he desarrollado, ahora busco resolver problemas y encontrar las opciones para hacerlo.

En 2018 después del atentado, me decidí hacer la organización y constituí esta fundación, la Casa de las Muñecas Tiresias A.C. Comenzamos con acompañamientos integrales con las chicas trans a las clínicas para cuidar su salud y en trámites legales en el INE y Registro Civil, para su cambio de identidad.

Después creamos la Casa Hogar Paola Buenrostro, un proyecto en donde viven actualmente un grupo de 15 chicas que se quedaron definitivamente y que ya no ejercen el trabajo sexual.

Es como un internado en donde tienen tiempo para aprender, estudiar, alimentarte. Ahí cuidamos de su salud física y ayudamos a sus trámites legales y personales. La única obligación es estudiar y aprender oficios.

Una manera de dignificar su vida es que entiendan que no solo están para el trabajo sexual. Que tienen que superar situaciones emocionales y necesitan un tiempo para pensar, para destruirse y volverse a construir. Esto es lo que les ofrecemos a través de todas las actividades que tenemos.

Quiero que se den cuenta que hay una gama de oportunidades y que no unicamente es el trabajo sexual. El querer es poder y el ejemplo vivo soy yo.

También hacemos trabajo en la penitenciaria de Santa Marta, donde estuve presa, litigando casos de mujeres trans, alfabetizando jurídicamente a las personas del dormitorio 10, donde están los enfermos de VIH.

La vida de una mujer trans

Todo esto que hago es por que se sufre mucho cuando decides ser una mujer trans, ya que lo pierdes todo.

Pierdes familia, pierdes amigos, estudios, oportunidades de trabajo, hijos, esposa. Es decir, te quedas sin nada. Y para cuando comienza una nueva vida como mujer, comienzas a vivir una serie de violencia, discriminación y exclusión. Sufres un abandono total de todo tu entorno y terminas en situación de vulnerabilidad.

La vida que lleva una mujer trans es complicada. En México nos falta mucho por avanzar, no se reconocen sus derechos, se criminaliza su expresión y su identidad y no solo eso, para las que ejercen el trabajo sexual es una triple criminalización.

Entonces vivimos en un mundo hostil donde somos rechazadas en los empleos, en la vivienda, en la academia y en el único lugar donde nos podemos colocar y donde encontramos alguna oportunidad laboral, es en el trabajo sexual.

Nos siguen clasificando como aquella que se para en la esquina, que es alcohólica, drogadicta, que se mete con todos los hombres, ese es el concepto que tiene la sociedad de las mujeres trans. Pero no se dan cuenta que también somos seres humanos, que tenemos familia, que alguien nos espera en casa y por eso nos siguen criminalizando y encasillando.

Mi sueño más grande es ver una sociedad respetuosa, que no criminalice pero no solo a las personas trans, sino a todos los sectores de la población. Y por eso mi frase favorita que la repito para que la escuchen todas las mujeres: Es que nuestra mayor venganza es que seamos felices.


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